Buscar este blog

jueves, 17 de noviembre de 2011

DESPOTISMO ILUSTRADO

Desde los inicios del reinado de Carlos III (1759-1788) el moderado programa reformista sufrió una fuerte oposición de los grupos privilegiados y las ignorantes masas populares. Así, en 1766 se produjo el Motín de Esquilache, una revuelta popular contra las medidas adoptadas por el ministro Esquilache, y contra la carestía de los alimento, probablemente instigada por los privilegiados.
Sofocados los motines, Carlos III continuó su obra reformista: abolió algunos privilegios y propugnó la dignificación de los oficios que ponía fin a la consideración de que algunas profesiones no eran honestas y eran incompatibles con los títulos nobiliarios. También reorganizó el sistema educativo para racionalizarlo y hacerlo más técnico y útil, con el objetivo de elevar el nivel cultural, acabar con el atraso del país y formar élites que lo dirigieran eficazmente.
En este cometido topó con el poder de la iglesia, que monopolizaba la enseñanza, y defendía su autonomía frente el poder del Rey. La corona, por su parte, afirmaba sus Regalías, es decir sus prerrogativas frente a la iglesia. En el curso de estos conflictos, los jesuitas, que controlaban los colegios mayores y las universidades, fueron expulsados de España en 1767.
Aunque en el siglo XVIII España siguió siendo económicamente un país atrasado respecto a las transformaciones que se estaban operando en Europa, la acción reformista de los Borbones y una época de relativa paz contribuyeron a un periodo de estabilidad económica, visible especialmente en la periferia peninsular.
Carlos III intentó profundizar las reformas iniciadas por sus predecesores y contó con la ayuda de los mejores políticos ilustrados para incentivar y modernizar la economía y superar el atraso de España. Su política reformista se concretó en un conjunto de disposiciones entre las que cabe destacar:
-Una serie de medidas de carácter liberalizador como la libertad de precios y de circulación de grano (1765), la libertad progresiva del comercio con América, desde el fin del monopolio del puerto de Cádiz en 1765 hasta la libertad total para todos los puertos españoles y americanos decretada en 1778. También, la eliminación del sistema de control gremial que frenaba el progreso industrial y que culminó con la libertad para ejercer cualquier oficio en 1790.
-La continuación de las prácticas proteccionistas de estímulo a la actividad industrial iniciadas por sus antecesores con la creación de las manufacturas reales, cuya gestión directa se abandonó, la aprobación de la reglamentación de las nuevas fábricas de indianas y la imposición de aranceles y tratados comerciales para proteger la producción nacional de la competencia exterior.
Para abordar el problema agrario, el más grave de la economía española, lastrado por el sistema de propiedad y la escasa productividad, la Administración impulsó varios proyectos de reforma agraria que originaron un sinfín de informes y estudios teóricos con escasos resultados prácticos. Ni los políticos ilustrados que tan certeramente habían recogido y planteado los problemas del campo español fueron capaces de aplicar las soluciones ante la resistencia de los privilegiados. Sólo consiguieron introducir tímidas reformas, como la limitación de los privilegios de la Mesta, la repoblación de la Sierra Morena para favorecer la renovación de las explotaciones, o los repartos de tierras de los ayuntamientos entre vecinos pobres.
Se intento también controlar el precio de los arrendamientos y prohibir la expulsión de los arrendatarios, y se produjo la primera desamortización de los bienes del clero.
En la mayor parte de la Península apenas hubo modernización en la agricultura y siguieron predominando el secano y el monocultivo de cereales en régimen de barbecho. Este atraso técnico limitaba la capacidad para abastecer de alimentos a una población creciente, lo que provocaba la subida de los precios y el aumento de las crisis de subsistencia o falta de alimento. Con esta situación sólo era posible aumentar la producción incrementando la superficie cultivada.
No obstante, en las regiones periféricas se introdujeron nuevos cultivos, como el maíz, la patata, y el forraje en la zona atlántica, y cultivos intensivos de regadío, arroz, frutales y viñedos en la zona mediterránea (Valencia, Murcia, Cataluña).
Aunque aún pervivían los talleres artesanales, las medidas que limitaron los privilegios gremiales facilitaron la expansión de nuevas formas productivas y algunas manufacturas tuvieron un cierto desarrollo.
Además, los reyes habían introducido las manufacturas reales que fabricaban productos para la Corte con el fin de evitar la importación de artículos de lujo.
En Cataluña, donde ya existía una industria textil al margen del control gremial, se dieron las manufacturas de algodón estampado, las indianas, que sirvieron de base para las primeras fábricas de tejidos, surgidas gracias a la inversión de capitales precedentes del comercio o de una agricultura de exportación. Con la introducción de los primeros telares mecánicos en 1780, además de un gran crecimiento económico, se inició el proceso de industrialización en España.
Durante buena parte del siglo siguió el monopolio de la Casa de Contratación sobre el comercio colonial que se ejercía desde el puerto de Cádiz. Éste estaba controlado por capitales extranjeros y en su mayoría dedicados a la reexportación de mercancías europeas, dada la poca capacidad productiva de la industria española.
La liberación del comercio propició un auge del tráfico colonial y una prosperidad inusitada en algunas zonas como Cataluña.
Por lo demás, el comercio exterior con Europa se limitó a la exportación de lana castellana, a la que se sumaron productos mediterráneos como el vino, el aguardiente, y los frutos secos, mientras que el comercio interior se limitaba a los tradicionales intercambios locales o comarcales de los excedentes agrarios por productos artesanales.
A lo largo del siglo de inició un periodo de crecimiento demográfico, moderado pero constante, bien conocido gracias a los inventarios o censos de población que recogen un aumento de 7 a 10,5 millones, mucho mayor en la regiones periféricas como Cataluña, Valencia o Cantabria, mas dinámicas, que en las zonas más estancadas del interior.
El crecimiento sostenido se explica porque, a pesar de las elevadas tasas de natalidad (42%) y mortalidad (38%), retrocedió la mortalidad catastrófica, debido al fin de la peste y las grandes epidemias, y las mejoras en la producción de alimentos. Menos segura es la incidencia que pudieron tener las políticas de incentivo a la natalidad llevadas a cabo por los Borbones.
El reformismo borbónico ofrece en conjunto un balance positivo ya que, como has estudiado, mejoró el funcionamiento de la Administración, impulso el desarrollo de la industria y el mercado colonial e intentó reformar la agricultura.
Al mismo tiempo, se favorecía la construcción de canales de riego, como el canal Imperial de Aragón y el canal de Castilla, la mejora de la red de carreteras, pues se empezó a construir una red radial de carreteras con el fin de comunicar Madrid con la periferia. También se sanearon las ciudades, hubo un proceso en la instrucción pública, y se crearon las Sociedades Económicas de Amigos del País, que fomentaron la economía, la industria y el comercio, y difundieron las ideas científicas, fisiocráticas y liberales.
No obstante, las cuestiones más graves quedaron sin resolver: no se modifico el poder de la nobleza, la propiedad de la tierra siguió en manos de la minoría privilegiada y el mercado interior siguió siendo casi inexistente. Incluso la educación y la introducción de las nuevas ideas fueron exclusivas de una minoría.
Y es que el límite del reformismo ilustrado estaba en no atentar contra el poder económico y social de los privilegiados, para no socavar así el orden establecido, ya que el fundamento de la monarquía absoluta asentaba sobre la desigualdad legal de sus súbditos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario